Biodescodificación del Infarto.

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El cuerpo se infarta donde ya no queda refugio.

Quiero compartirte una historia que no solo se cuenta… se siente.
Una historia que quizá también habita en alguien que conoces. O en ti.
Porque hay corazones que no se rompen de repente, sino a pedacitos… en silencio. Hasta que un día, dejan de sostener.

El corazón, ese órgano que empieza a latir cuando apenas somos un embrión de seis semanas, no solo bombea sangre. Guarda memorias.
Memorias de amor, de pérdida, de territorio, de identidad.
Y cuando se infarta, no solo fallan las arterias coronarias. Está hablando. Y muchas veces… está pidiendo auxilio.

¿Qué hay detrás de un infarto?

Un infarto no suele llegar como una sorpresa. El cuerpo venía avisando.
Con señales suaves, casi invisibles. Pero cuando todo parece calmarse, cuando por fin soltamos… ahí es cuando ocurre.

Paradójico, ¡no! porque en la reparación es cuando tenemos, lo que en Biodescodificación se llama Epicrisis . Puedes ver video de la Epicrisis aquí.

Desde lo clínico, un infarto de miocardio puede mostrarse así:.

  • Dolor en el pecho que se irradia al brazo, la espalda o la mandíbula.

  • Dificultad para respirar, sudor frío, escalofríos, pérdida de conciencia.

Pero si nos detenemos a mirar más profundo, veremos que no se trata solo de biología.
Se trata de historias. De emociones retenidas. De batallas que llevan demasiado tiempo dentro.

Porque a veces el corazón no explota en medio del conflicto, sino justo cuando sentimos que ya no tenemos que luchar.

Aquí te dejo el video completo del Vlog de Biodescodificación del Infarto:

Y su versión de audio en Spotify:

Conflicto de territorio: Me sacaron de mi lugar

Uno de los grandes relatos que suelen estar detrás de un infarto es este: la pérdida del lugar.
No hablamos solo de una casa, un trabajo, un rol. Hablamos de eso que nos daba identidad.
De lo que era “nuestro” y nos anclaba.

Mario, por ejemplo, entregó su vida al negocio familiar. Hasta que un día, su hijo tomó el relevo sin preguntarle.
No hubo guerra. Pero sí una pérdida. Y aunque después todo se “arregló”, el corazón de Mario infartó justo cuando sintió que podía descansar.

¿Por qué? Porque entró en fase de reparación.
Cuando el cuerpo reconstruye las arterias coronarias dañadas, hay inflamación interna.
Y si hay un pico de activación intensa —lo que llamamos epicrisis—, puede producirse el infarto.

Frases que escuchamos mucho en consulta:

  • «Me arrancaron de mi sitio.»
  • «Ya no tengo lugar.»
  • «Me rompieron el corazón.»

Sobreexigencia: El cuerpo como único sostén

Estela es enfermera, madre, cuidadora. De todo y de todos.
No pide ayuda, no se queja. Aguanta. Hasta que un día… el cuerpo la frena.

No con tristeza, ni con ansiedad. Con un infarto.
Porque la sobreexigencia no es solo hacer mucho. Es sentir que no puedes parar, porque si tú paras, todo se cae.

Y detrás, casi siempre, hay una figura de autoridad (padre, madre, sistema) a la que seguimos respondiendo… aunque ya no esté.

Durante la fase activa del conflicto, el músculo del corazón se debilita.
Pero cuando por fin llega la solución, el cuerpo empieza a reconstruir. Y es ahí donde pueden aparecer las taquicardias, las apneas nocturnas, los desequilibrios de presión… o el infarto.

Frases que revelan mucho:

  • «No puedo permitirme fallar.»
  • «Si no lo hago yo, nadie lo hará.»
  • «No tengo derecho a parar.»

Soledad biológica: El conflicto que lo complica todo

Hay un tercer conflicto que muchas veces acompaña a los anteriores. Y es silencioso, pero demoledor:
la soledad biológica.

Es el del alma exiliada, que no encuentra abrigo.
El de quien se siente fuera, sin pertenencia ni contención.

Cuando este conflicto está activo, los túbulos colectores renales provocan retención de líquidos.
Y si coincide con una fase de reparación cardíaca… puede agravar todo. Edemas. Complicaciones. Cicatrizaciones difíciles.

Y nadie mira ahí. Pero el cuerpo sí lo grita.

 ¿Te has sentido así últimamente?

No necesitas un diagnóstico para empezar a escuchar lo que late (o lo que duele).

Solo pregúntate con honestidad:

  • ¿He perdido algo o a alguien que era mi base?
  • ¿Estoy cargando más de lo que puedo?
  • ¿Hay una parte de mí que no se siente en casa, ni en paz?

No es para buscar culpas. Es para darte permiso a sentir. A parar. A entender.

Un ejercicio simple… pero poderoso

Escríbele una carta a tu corazón.
No lo hagas desde la mente. Hazlo desde lo que duele y desde lo que agradeces.

Reconócele todo lo que ha sostenido por ti.
Dile lo que no te atreves a decirte. Y déjale espacio para soltar.

Puedes ayudarte con:

  • Afirmaciones como: “Tengo derecho a cuidarme” o “No necesito demostrar mi valor con sacrificio”.
  • Un baño de sal, una ducha lenta, un rato en el mar. El agua ayuda a soltar lo que el cuerpo retiene.
  • Un acompañamiento profesional. Porque no siempre podemos solos. Y no tendríamos por qué.

 En resumen

Un infarto, muchas veces, no es el final. Es el grito de un cuerpo que ya no puede más.
Que ha sostenido demasiado. Que necesita parar. Que pide ser escuchado.

Sanar no siempre es hacer más.
A veces es rendirse con amor.
Y dejar de cargar lo que nunca te correspondió.

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Cada síntoma guarda una historia. Y escucharla… puede cambiarlo todo.

Licenciada en Psicología, con especialidad en Investigación en el campo de la Psicobiología y en Psicooncología, Licenciada en Comunicación Audiovisual y Diplomada en Trabajo Social. Diplomada en Biodescodificación e Hipnoterapeuta.

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