La tierra y la vida.
Observa la belleza de una flor. Es simple y a la vez extremadamente compleja. Y te preguntas, quizá, cuál es el objeto de tanta belleza. Tanto despliegue de creatividad de la Fuente para algo tan pequeño. Y decides, tal vez, tomarla entre tus manos sin ser muy consciente –probablemente siendo totalmente ignorante– del efecto dominó que produce en el entorno y más allá ese simple gesto. Un efecto que, no solo es físico, también es, y profundamente, energético. Te acercas y dulcemente la extraes de donde está. De ese lugar que ocupa desde hace tiempo; desde el instante en el que la semilla quedó sumergida en la tierra fértil. La observas, la hueles, la acaricias delicadamente con las yemas de los dedos, te llenas con su presencia poderosa pese a su tamaño. ¿Te das cuenta? La tierra acaba de “perder” a esa flor al tomarla entre tus manos. Para ti es un gesto simple, intrascendente, sin importancia. Puede incluso que solo la tomes para deleitarte con ella unos minutos y tirarla inmediatamente. Sin embargo, ese ser, porque es un ser, aunque tu no logres comprenderlo, a dejado un hueco, un vacío en el lugar que ocupaba. Ese espacio nutricio de tierra que atendió a la semilla y al brote, que sostuvo al tallo, a las hojas, al receptáculo, a los pétalos mientras crecían y mucho después, ha quedado huérfano. Ese precioso sol de rayos perfumados que ahora sostienes entre tus manos ha visto la vida gracias a la tierra generosa, a la lluvia, al sol, al viento y a la Vida.
Y es desde esa misma generosidad intrínseca al hecho de ser, al hecho de existir, desde donde la tierra ha dejado ir a la flor; la misma planta que la mantenía en vida también la ha soltado. Hay un gran amor, una comprensión profunda y desconocida en ese camino que es el de la vida.
Tu pérdida.
Al igual que la tierra tu camino de vida incluye también la generosidad. E incluye un corazón enorme. Aunque desde donde estás, desde la escasa y limitada comprensión que te aporta tu ego maleducado –como me gusta llamarlo–, te cueste comprenderlo. Has perdido, sí, pero la pérdida, el concepto de perder algo o a alguien, solo es un constructo mental. Nada más. Un producto de tu personalidad estructurada en base a memorias cuidadosamente seleccionadas. Y tu ego maleducado precisa mantenerte así. Convencida de que hay cosas y personas que te pertenecen y que, por eso, puedes perderlas.
Sin embargo, tú eres generosa, comprensiva, y misericordiosa. Contigo misma y con todo cuanto existe. La pérdida es, en realidad –si eres capaz de abrir tu corazón, tu mente y tu experiencia para reconocerlo–, el mayor acto de libertad, de generosidad y de amor en el que te puedes encontrar. Perder es ser generoso con la vida al comprender que todo lo que forma parte de ti, tarde o temprano, regresa a su origen de un modo u otro. Que cualquier situación, cosa o persona, forma parte de un continuo viaje, que tú misma eres una turista que cambia de paisaje a medida que el viaje de la Vida avanza.
Comprender y aceptar.
Comprende y acepta en conciencia, de corazón, que nada ni nadie es tuyo; que nada ni nadie te pertenece. Que puedes vivir y disfrutar con todos tus sentidos, con todo tu ser con todo y con todas aquellas personas que van y vienen formando parte de tu existencia. Que eres capaz de vivir conscientemente en la presencia, el amor, el éxito, la salud, la riqueza sabiendo que son un regalo y que igual que llegaron algún día se marcharán.
Comprende y acepta que todo, incluida tú, es mutable e impermanente. Que siempre en todo cambio de estado hay implícito un conocimiento muy hondo, sobre ti y sobre la Vida.
Comprende y acepta que este camino es un camino de crecimiento, de enriquecimiento, de amor y de conquista de ti y que solo te resta ser agradecida para que el Universo te provea sin límite y sin fin siempre.
Y da las gracias por disponer de la posibilidad de experimentar esta vida aquí y ahora.
Paloma Insa Rico
Licenciada en Filosofía y escritora.
Estudiante del Máster, generación 2.